La esperanza es invisible.
Como las raíces. Como un latido.
Vive bajo la tierra, en silencio.
Crece donde nadie mira, en la oscuridad, el miedo o la pérdida.
La esperanza resiste incluso cuando todo parece perdido.
Cuando el presente habla de guerra, de crisis climática, de pobreza o división, ella se abre paso.
No lo hace sola.
Lo hace en el encuentro entre personas.
En el gesto que cuida, en la idea que se comparte, en la comunidad que se organiza.
Se mueve como una red subterránea.
Se extiende en los barrios, en las aulas, en los campos, en las pantallas, en los abrazos.
Es lenta. Pero avanza.
Silenciosa. Pero profunda.
Invisible. Hasta que florece.
Y un día…
como la primavera,
como el cambio que parecía imposible,
explota.